Hemos pasado años hablando de la madurez de Bitcoin. Escuchamos sobre la llegada inminente de los inversores institucionales, la aprobación de los tan esperados ETF al contado, y el sueño recurrente de una estabilidad que, por fin, lo acerque a esos activos financieros más «tradicionales». Pero, ¿y si nos detenemos un momento? ¿Y si miramos de cerca la relación intrínseca entre la iliquidez, la fragmentación de la liquidez y la volatilidad en el mercado de Bitcoin, especialmente en ese entorno salvaje que, hasta hace muy poco, estuvo dominado casi por completo por los inversores minoristas?
Históricamente, el mercado de Bitcoin ha sido un vasto océano, pero con la peculiaridad de tener su liquidez fragmentada en miles de pequeñas islas. Las operaciones se dispersaban en un sinfín de exchanges, cada uno con sus propios libros de órdenes, sus precios ligeramente distintos y su propio ecosistema de compradores y vendedores. Esto, sumado a una iliquidez inherente si lo comparamos con los mastodónticos mercados de bonos o acciones, creaba el caldo de cultivo perfecto para la volatilidad extrema. Cuando la oferta es limitada y la demanda se concentra de golpe en un solo exchange, o se dispersa de forma errática, los precios pueden bailar al son de cualquier noticia, rumor o, incluso, del capricho de un puñado de grandes jugadores. Los minoristas, esos apasionados que se lanzaban a la piscina impulsados por el miedo a perderse algo (FOMO) o el pánico vendedor, magnificaban estas oscilaciones. Era, sin adornos, un mercado inmaduro y temperamental, donde la liquidez era un bien escaso, fragmentado y a merced de la emoción.
La era de la centralización y los pesos pesados institucionales
Pero el guion ha cambiado. El telón se ha levantado para un nuevo acto. La llegada de los ETF de Bitcoin al contado es un catalizador masivo de centralización de la liquidez. Antes, para meterle mano a Bitcoin, uno tenía que adentrarse en el universo cripto, abrirse una cuenta en un exchange específico y navegar por términos que a muchos les sonaban a chino. Ahora, la barrera de entrada ha sido pulverizada. Puedes comprar Bitcoin a través de tu corredor de bolsa de toda la vida, ese que usas para tus acciones y fondos mutuos, inyectando capital de una forma mucho más familiar, sencilla y accesible para el inversor tradicional.
Esta nueva vía de acceso, sumada a la creciente y cada vez más visible participación de los institucionales (hablamos de fondos de inversión, hedge funds y, sí, incluso fondos de pensión de los que hemos conversado antes), está atrayendo una mayor liquidez al mercado. Estos jugadores no son precisamente minoristas; manejan volúmenes gigantescos y, a menudo, tienen un horizonte de inversión mucho más largo. Los fondos de pensión, por ejemplo, son la encarnación perfecta de esa nueva ola de capital «paciente» y de largo plazo, capital que no entra para salir corriendo al primer vaivén.
Uno podría asumir, con toda la lógica del mundo, que con esta mayor liquidez, la centralización de la misma a través de los ETF y la entrada de pesos pesados institucionales, Bitcoin debería, por fin, ser un activo con menor volatilidad que en el pasado. Es decir, esas grandes olas salvajes deberían, en teoría, convertirse en suaves mareas, casi en un apacible lago. Sin embargo, ¿es tan sencillo? ¿Podemos cerrar el capítulo de la volatilidad extrema y pasar página tan alegremente?
¿Una volatilidad de diferente calibre, no necesariamente menor?
Aquí es donde entra la reflexión que nos obliga a ser cautos. Si bien la naturaleza de la volatilidad de Bitcoin podría transformarse, no deberíamos dar por sentado que simplemente desaparecerá o que se reducirá drásticamente hasta los niveles de un bono del tesoro.
Primero, pensemos en los intereses de los institucionales versus los minoristas. Aunque los grandes jugadores aportan capital y, potencialmente, una visión a largo plazo, también son maestros en estrategias de trading de gran volumen. Sus movimientos, aunque planificados, pueden generar oscilaciones significativas. No olvidemos que también buscan rentabilidad, y a veces eso implica aprovechar la volatilidad.
Segundo, la correlación con los mercados tradicionales. A medida que Bitcoin se integra más en el sistema financiero global, su destino podría ligarse más estrechamente a los movimientos de los mercados de acciones, bonos o incluso el dólar. Esto añadiría otra capa de complejidad a su volatilidad, haciéndolo susceptible a factores macroeconómicos globales que antes quizá le eran más ajenos. Un mal dato de inflación o una crisis bancaria en algún lugar del mundo podría arrastrar a Bitcoin de forma más directa de lo que lo hacía en el pasado.
Finalmente, la naturaleza disruptiva de Bitcoin no ha desaparecido. Sigue siendo un activo que desafía el status quo financiero. Está sujeto a la incertidumbre regulatoria global (¿recuerdan a Hacienda en España?), a la evolución de la tecnología blockchain y a la aparición de nuevas narrativas o competidores. Estos factores intrínsecos, inherentes a su esencia innovadora, mantendrán cierto nivel de imprevisibilidad y, por ende, de volatilidad.
Entonces, ¿Bitcoin continuará siendo un activo volátil? La respuesta más honesta es: probablemente sí. Pero con la mayor liquidez, la centralización que traen los ETF y la participación masiva de los institucionales, la volatilidad podría ser de una naturaleza diferente. Quizás veamos menos esos picos y valles extremos, menos esos colapsos impulsados por el pánico de los minoristas. Podría ser una volatilidad más «madura», si se quiere, más ligada a los ciclos macroeconómicos globales y a las decisiones estratégicas de grandes jugadores, y quizás menos a los vaivenes emocionales de la masa minorista. Pero volátil, al fin y al cabo. El juego de Bitcoin sigue siendo apasionante, y la emoción, aunque distinta, seguirá siendo parte de la partida.
La maduración de Bitcoin con la llegada institucional y los ETF no eliminará su volatilidad, solo la transformará. Pasamos de un mercado minorista fragmentado y emocional a uno más líquido y centralizado. Los grandes jugadores aportan estabilidad, sí, pero también generan movimientos. Además, la creciente correlación con los mercados tradicionales y su naturaleza disruptiva aseguran que Bitcoin seguirá siendo impredecible. La montaña rusa puede volverse más «madura», pero el viaje seguirá siendo emocionante y, sí, volátil.
Aclaración: La información y/u opiniones emitidas en este artículo no representan necesariamente los puntos de vista o la línea editorial de Cointelegraph. La información aquí expuesta no debe ser tomada como consejo financiero o recomendación de inversión. Toda inversión y movimiento comercial implican riesgos y es responsabilidad de cada persona hacer su debida investigación antes de tomar una decisión de inversión.