La ruptura entre Donald Trump y Elon Musk es mucho más que el choque entre el hombre más rico del mundo y el presidente más poderoso del planeta. Va más allá de un relación imposible entre dos personalidades antagónicas, larger-than-life, como dicen en EEUU, exuberantes, únicas. El choque salvaje, en público, con un golpe tras otro ante cientos de millones de personas disfrutando de un espectáculo sin equivalente en la historia, es también el fin del matrimonio de conveniencia entre dos de las facciones que han devuelto al líder republicano a la Casa Blanca. De un lado, los nacionalistas ultraconservadores, la alt-right y el movimiento MAGA (Make America Great Again. Del otro, los tecnolibertarios, los millonarios de Silicon Valley, los partidarios del Estado pequeño, los impuestos bajos, el libre comercio.
El vínculo entre Musk y Trump no era natural. Dos personalidades explosivas, incontrolables, impulsivas e impredecibles. Acostumbradas a hacer y deshacer, a los fans y grupies, a provocar y decir cualquier cosa que se les pase por la cabeza sin pensarla muy bien ni sufrir consecuencias. Durante casi un año, para sorpresa de la mayoría, encontraron la sintonía para trabajar juntos. Lo que los unía no eran las similitudes, sino los enemigos comunes. El Partido Demócrata, las políticas de diversidad, los reguladores, el «globalismo», el wokismo. Hicieron causa común y sirvió muy bien durante la campaña. Pero una cosa es hacer oposición y otra gobernar.
El problema de ese matrimonio de conveniencia es que forzó a los dos bandos a asumir y defender las posiciones más extremas, a abrazar causas que les eran ajenas, siempre un paso más allá. A defender a aliados a los que despreciaban. Y ahora la guerra abierta, con amenazas (retirar los fondos federales o apartarse del programa espacial), los insultos, y los brutales ataques, sobre todo por parte de Musk, acusando a Trump de estar en las listas de amigos y clientes del financiero pedófilo Jeffrey Epstein, ha cogido a los principales ideólogos de ambas escuelas con el paso cambiado.
Trump ha estado muy callado este viernes, con comentarios indirectos diciendo que no tiene nada que decirle a su ex socio. A media tarde, en el avión presidencial camino de sus campos de golf, dijo que «no estaba pensando en Elon», porque había estado «muy ocupado con China y otras cuestiones» y que no iba a opinar sobre las noticias de sus problemas con las drogas. Pero cuando le preguntaron qué tan seriamente está considerando rescindir los contratos del empresario con la administración, no esquivó el tema. «»Lo revisaremos todo… es mucho dinero… es mucho subsidio… así que lo revisaremos… Se mantendrá sólo si es justo… solo si es justo para él y para el país., afirmo diciendo que no tiene ni idea de si hay ya investigaciones abiertas sobre él en el pasado que pudieran ser reabiertas.
El dueño de X también cortó su furia tuitera. Todos sus mundos, empezando por el Gobierno, contienen la respiración. La mayoría están callados, viendo si esto acaba peor todavía o de forma milagrosa se reconduce. «A veces los chicos pelean. A veces te dan un puñetazo en la cara, y a la noche siguiente estás tomando una cerveza», argumentó uno de los presentador de Fox News más entregados y serviles, Jesse Watters. «Después de todo, Vance había llamado Hitler a Trump y es vicepresidente» ,dijo otro de sus tertulianos. Otros influencer de MAGA, incluido el teórico de la conspiración Jack Posobiec y el troll de derecha Joey Mannarino, siguieron esa línea diciendo que así es cómo pelean «los hombres con testículos».
Pero esto parece otra cosa. Trump no admite medias tintas. Exige lealtad absoluta y entrega. En su primera administración no sabía lo que hacía, improvisó, escuchó al establishment republicano, y acabó teniendo dimisiones y ceses cada pocos días. Un caos total. Esta vez no. Desde enero sólo ha perdido a su consejero de Seguridad Nacional, al que reubicó en la ONU. Y a Musk, que en teoría escenificó una salida amistosa, llevándose incluso una simbólicas llaves de la Casa Blanca. Ahora está furioso, decepcionado, pero también abrumado. Musk no es un cualquiera, es un rival y un enemigo poderoso, que conoce los secretos de la Casa, que ha estado dentro, que pude hacer mucho daño si sigue pidiendo que tumben las leyes del Gobierno, que se creen nuevos partidos, si se pone a financiar campañas de candidatos independientes.
La guerra supone por tanto que todos tengan que tomar partido, pero incluso en su entorno hay dudas. El más señalado es el vicepresidente, JD Vance. El más cercano a los millonarios tecnológicos (su jefe y avalista fue Peter Thiel, un inversor que se hizo rico con Musk con PayPal) y al que el hombre más rico del mundo puso en la diana el jueves, diciendo que el Congreso debería hacer un impeachment a Trump, un juicio político para ser cesado, y aupar a Vance a la Presidencia. «El presidente Trump ha hecho más que cualquier otra persona en mi vida para ganarse la confianza del movimiento que lidera. Me enorgullece estar a su lado», escribió por la noche en un mensaje sorprendentemente tibio, que parece en abstracto, sin censurar nada a Musk.
Tampoco han saltado los asesores principales ni los ministros del presidente, que está sorprendentemente contenido. Evitó durante días los ataques y provocaciones de Musk, e incluso el jueves, cuando perdió ya la paciencia y amenazó con retirar las ayudas y contratos de las empresas del millonario, no usó el tono agresivo e incisivo habitual, la rabia con la que despacha cada día a sus rivales y a sus aliados, cuando dudan y no siguen con los ojos cerrados sus órdenes o exigencias.
Las estrellas del mundo MAGA y la alt-right están menos divididas, pero igualmente incómodas. No es casualidad la mención de Elon Musk a los papeles de Epstein, que son el perro de Pavlov en el mundo de las conspiraciones, una de las obsesiones de los fanáticos más radicales. Steve Bannon, el gran gurú de la alt-right mundial, ha sido de lejos el más duro, diciendo que habría que cortar de golpe los contratos de Musk, que el Gobierno debería arrebatarle sus empresas si afectan a la seguridad nacional e incluso que habría que investigar si los papeles de Musk, nacido en Sudáfrica, están en regla, porque tiene claro que «es un inmigrante ilegal». «Bannon es un criminal», respondió el viernes Musk.
Igual de contundente fue Laura Loomer, la líder de las conspiraciones y amiga y consejera de la Casa Blanca. «El presidente de los Estados Unidos no es un pedófilo. Tampoco se debería someter al presidente a un juicio político. Donald Trump es el mejor presidente de mi vida y su perseverancia y espíritu de lucha son la razón por la que ganó las elecciones. El pueblo estadounidense apoya al presidente Trump», ha afirmado suplicando a Musk que dijera algo positivo sobre su líder, con la esperanza de que la relación pueda salvarse. A pesar de que Trump no quiere hablar con su ex asesor y baraja deshacerse del Tesla que le compró recientemente. «Su legado será eterno, es buena persona», insistió.
Otra figura conocida, la comentarista conservadora y también conspiranoica Candace Owens atacó al empresario: «Mi parte favorita de esto es que todos los que me criticaron por no haberme unido nunca a la fiesta de la adoración a Elon, ahora han dado un giro de 180 grados. Su carácter siempre fue evidente. Ustedes solo se comportaban como groupies», censuró a los que abrazaron el credo del tecnogurú.
Se ve mejor la angustia en las juventudes radicales. «MAGA apoyó a Musk cuando los demócratas intentaron normalizar la guerra legal contra Tesla y SpaceX durante la presidencia de Biden. Musk apoyó a MAGA en la lucha contra la censura y la recuperación de la verdadera libertad de expresión. Tenemos objetivos abrumadoramente similares y ya hemos logrado mucho juntos. Todos deberíamos recordarlo», escribió intentando calmar las aguas. «Habrá muchos combates y ataques en los próximos días, así que sólo quiero decir algo desde el principio. Nunca debemos olvidar lo terrible que era el ambiente en línea antes de octubre de 2022. Pase lo que pase, agradezco que Elon Musk haya comprado X y haya liberado la libertad de expresión en Estados Unidos. Su contribución a Estados Unidos y a la civilización, solo por eso, es inmensa», añadió en un tono que parecía prever una separación total.
«Hay algo concreto que debemos insistir en que esta administración cumpla. Importa mucho más que las deudas medidas en dinero imaginario. Tenemos que deportar a millones y millones de personas. Sin eso, nada más importa», metió baza el ultraderechista Milo Yiannopoulos, fijando posición. Por mucha razón que pudieran tener los liberales, dice, la prioridad para la derecha es la inmigración y expulsar gente. El «dinero imaginario», como llama a la deuda, es completamente secundario.