El Estado de California conserva el halo de vasto territorio por conquistar. Era así cuando se le conocía como el Lejano Oeste entre el siglo XIX y principios del XX. Una época de exploración y expansión de la frontera en una nación a medio hacer por la oleada de inmigrantes en búsqueda de oportunidades. Sigue siéndolo en este siglo XXI, marcado igualmente por flujos migratorios cuya presencia en la costa Oeste de Estados Unidos, sobre todo en la multicultural Los Ángeles, forma parte del tejido social y económico de un Estado innovador, pujante y, por ahora, rebelde frente al trumpismo.
El presidente Donald Trump mantiene una relación combativa con California, donde la mayoría de los votantes se le resistieron en 2016 y también en 2024. Es un Estado eminentemente demócrata y donde los avances sociales y la resistencia ciudadana han predominado históricamente. Una de las características de la personalidad de Trump es su capacidad para acumular rencor, y el que siente contra los californianos, y sus políticos demócratas electos, alimenta su deseo de doblegarlos. No puede soportar a quienes repudian su agenda MAGA, contraria al espíritu de esa parte del país que quisiera desgajarse de la creciente deriva autoritaria del republicano, empeñado en forzar una falsa narrativa de los recientes acontecimientos en Los Ángeles a raíz de las redadas que ICE (Servicio e Control de Inmigración y Aduanas) ha realizado de manera indiscriminada contra la comunidad inmigrante en una ciudad donde la mitad de sus residentes son de origen hispano.
Si hasta ahora algo le ha funcionado a Trump es su capacidad para transformar falsedades en verdades de tanto repetirlas. En este segundo mandato él y sus ideólogos lo ven como el remate de lo que no pudieron completar en su primer gobierno. En 2017 Steve Bannon definió el cometido del actual mandatario como «el cartucho de dinamita para que estalle el statu quo». Y en esta ocasión «inundar de mierda la zona» (otro lema del gurú ultra Bannon) es hacer creer a una parte del electorado que en Los Ángeles hay una situación de «insurrección» que se asemeja a una «guerra civil». Trump tiende a catalogar de «emergencia nacional» todo lo que pretende controlar a su antojo y las leyes le obstaculizan sus aspiraciones de autócrata.
Por esa razón, después de las protestas (la mayoría pacíficas salvo algunos incidentes de violencia en ciertas áreas) que se produjeron por las redadas, Washington decidió unilateralmente enviar efectivos de la Guardia Nacional sin que las autoridades estatales lo hubieran solicitado. Stephen Miller, uno de los abanderados contra la «invasión» de inmigrantes indocumentados, ha dicho que se trata de «la lucha por salvar la civilización». Había que justificar poner en vigor una ley federal bajo la cual el presidente tiene la potestad de movilizar a la Guardia Nacional debido a circunstancias extraordinarias. La última vez que se hizo fue bajo la presidencia de Lyndon B. Johnson en 1965, cuando se activaron tropas para proteger en Alabama a los activistas a favor de los derechos civiles. Eran tiempos en los que se libraba una batalla trascendental en contra de la segregación racial en el Sur.
¿Acaso hay una rebelión bélica en Los Ángeles? Así describe la columnista Anita Chabria en el diario Los Angeles Times el ambiente en la soleada metrópoli durante estos días inciertos: «99% de esta ciudad discurre como de costumbre, con brunches, paseos por la playa, acudir a la iglesia y clases de yoga». Con sentido del humor, Chabria asegura que había visto más caos «después de un partido de los Lakers». Pero en su particular red social, desde donde Trump disemina muchas de sus mentiras, el republicano se refiere a un supuesto «descontrol» que, al Gobernador, el demócrata Gavin Newsom (posible aspirante a la presidencia en 2027), y a la alcaldesa de Los Ángeles, Karen Bass, aparentemente se las ha ido de las manos. Nada más lejos de la verdad en una urbe que cuenta con una policía y agentes del orden que han desplegado toda su fuerza (incluso con exceso) cuando lo han considerado necesario: en 1992 se pidió la intervención de la Guardia Nacional por las protestas que duraron semanas a causa del incidente de abuso policial contra el afroamericano Rodney King. En esa ocasión la ciudad vivió episodios de graves disturbios.
El presidente quiere echar un pulso a los californianos en su experimento por poner a prueba la fortaleza de la democracia americana. Lo que pretende provocar con una innecesaria maniobra de militarización, que acaba de incrementarse con el envío de marines, es una escalada de violencia que se ajuste al guion que necesita para sus fines. El gobierno está escenificando una «zona de guerra». Es su manera de inflamar la mecha. Si hay el germen de un peligro inminente para las libertades de los americanos, lo encarnan Donald Trump y su tropa MAGA. Ellos son los «insurrectos» (¿recuerdan el asalto al Capitolio el 6 de enero de 2021?) que corroen el sistema y quisieran dar por conquistada esa última frontera, tan suya y pionera, que siempre ha sido California. Si los dejan, van a por todas.